03 de Abril, 2019

La economía chilena en dictadura y en los gobiernos democráticos*

A propósito de las declaraciones provenientes del nuevo gobierno de Brasil de que adoptaría “las exitosas políticas económicas de Pinochet en Chile”, retoma relevancia el  recordar cuál es, en realidad, el efectivo desempeño de la economía chilena  durante la dictadura (1973-89). Aquí lo hacemos  resumidamente y lo contrastamos con el desempeño durante los gobiernos de la Concertación (1990-2009), terminando con una breve mención de los resultados en los dos gobiernos  recientes (desde 2010).

 

La economía en la dictadura

Toda política puede tener efectos positivos y negativos. En el caso de las reformas económicas neo-liberales de la dictadura de Pinochet el  balance es  netamente negativo. No obstante, sin duda, tuvo varios logros beneficiosos para la evolución futura de la economía. El exitoso dinamismo exportador, cierto orden fiscal, control de la hiperinflación que había heredado en 1973, y recuperaciones de la actividad económica; estos  logros fueron acompañados de dos  graves recesiones, baja inversión productiva y alta inversión especulativa, profundización de la desigualdad, excesos de importaciones (con déficits en las cuentas externas insostenibles), desindustrialización, deterioro de la educación y de la inversión pública en salud, y elevado desempleo.

 

 En resumen, los resultados netos fueron mediocres en lo económico y muy regresivos en lo social.  En efecto, el ingreso por habitante de Chile, en 1973 (al inicio de la dictadura) era 28% del de los estadounidenses; en 1989 (al final de la dictadura) había  disminuido a 25%. Por lo tanto, entonces, Chile no se acercó al mundo desarrollado (EEUU, UE, G-7) sino que se alejó en esos  16 años. En agudo contraste, en democracia,  hacia 1997 (en 8 años), Chile había progresado a 34%. Posteriormente, siguió avanzando pero más lento; ahora (20 años después), está en  41%.

 

En dictadura, a veces el PIB aumentó 6% anual y hasta 9%, pero en otros cayó 14% o 17%. El mito de éxito se basa, en mucho, en considerar solo las recuperaciones ignorando las caídas. La realidad es que el promedio anual, contando recuperaciones y recesiones, fue de solo 2,9%, y una vez ajustado por el alza de la población (de 1,6% anual) entrega la mencionada caída frente al PIB por habitante de los  EEUU desde 28% a 25%.

 

En lo social, el salario mínimo  real era menor en 1989 que en 1981 y en 1974 y la brecha entre ricos y pobres se había agrandado,  agravada en la primera mitad de la dictadura y peor aún  en la segunda mitad (quintil rico con ingreso 20 veces el ingreso del quintil más pobre versus 12 a 13 veces en los 60s), el desempleo  más que duplicó la tasa de desocupación de los 60s.

 

El empleo  y el crecimiento económico están asociados a la  inversión productiva (maquinarias y equipos y construcciones). Estas inversiones fueron menores en los 70s y 80s que en los  60s (20% del PIB versus 16%): los empresarios no “votaban” en el mercado  por el gobierno pues preferían comprar empresas  privatizadas en vez de crear nuevas. El balance neto de las reformas neo-liberales, al final no es pro-desarrollo sino más bien pro-especulación y pro-desigualdad.

 

La economía en democracia pos dictadura

El desempeño de la economía mejoró notablemente en democracia. Distinguimos dos etapas. Los primeros años de democracia y desde 1999. En 1990-98 la economía  creció 7,1% anual, record no repetido. La tasa de inversión aumentó persistentemente desde 1991 hasta 1998, sustentando ese elevado crecimiento y el aumento del empleo.  Destaco  dos de los hechos  sobresalientes de este periodo.

 

Primero, es notable que  los empresarios privados  invirtiesen  mucho más en los 90s que en 1973-89, en circunstancias que el gobierno del Presidente Aylwin debutó reponiendo el impuesto a las utilidades que había eliminado Pinochet desde el año del Plebiscito del No en 1988 y también reponiendo derechos laborales que se  habían ido eliminando en el curso de la dictadura.  Una   eficaz acción económica y política demostró que es consistente con avanzar  en una  mayor carga tributaria y en los derechos laborales, ambos  ingredientes esenciales de las economías más desarrolladas (el crecimiento es sostenible, entre otros,  cuando se avanza en derechos sociales y económicos y en la producción de bienes públicos que requieren  ingresos fiscales.

 

Segundo, el gobierno democrático también introdujo reformas sustanciales  en el manejo de la macroeconomía, para lograr que se evitaran desequilibrios que conducen a   grandes recesiones  como aconteció durante la dictadura, en 1975 y 1982. Desde 1990 se procuró que se mantuviera  a) una demanda agregada o total consistente con la evolución  de la capacidad productiva que fue elevándose  sobre 7% por año, b) que no se produjeran déficits en las cuentas externas; c) al mismo tiempo  fue reduciendo la enorme deuda fiscal heredada de la dictadura. Para esto, que se denomina macroeconomía para el desarrollo,  se regularon los flujos financieros y especulativos provenientes del exterior (se denominó  “el encaje sobre flujos financieros”) y se manejó el tipo de cambio procurando mantener cierto equilibrio entre exportaciones e importaciones (se llama  “flexibilidad administrada del tipo de cambio”). Gracias a esto, durante la próxima crisis de América Latina, que tuvo lugar en 1995, de los tres países más organizados y en progreso entonces –Argentina, México y Chile—los dos primeros sufrieron una grave recesión (México se contrajo 7% con acentuada desigualdad), mientras Chile creció sobre 7%, con alto empleo y mejoras de salarios.

 

El crecimiento fuerte llegó a la población. Se redujo la pobreza, el salario mínimo  aumentó 63% en 1990-98 (recuérdese, que ese salario era menor en  1989 que en 1981 y que en 1974). La desigualdad aún campeaba, pero  reducida y con una  baja sustancial en la pobreza (de 45% en 1987 a 22% en  1998).

 

 Desde 1999, la velocidad del progreso se redujo. Entre 1999 y 2001 hubo un cambio radical en la política  macroeconómica. El Banco Central declaró libre el flujo de capitales financieros y  liberó totalmente el tipo de cambio. Desde entonces, la actividad económica recibió libremente  los altibajos de los mercados financieros internacionales, sufriendo  shocks desestabilizadores del exterior en 1999-2002, 2008-2009 y 2013-17; en el curso de 2 decenios, solo en 2007 y 2012-13, el PIB efectivo estuvo cerca del PIB potencial. El anterior 7,1% fue reemplazado por una cifra inferior a  4%. Cifra, sin duda, aún respetable, pues le permitió seguir acortando distancia con los países desarrollados. Pero, el  progreso en lo laboral y en la distribución del ingreso se debilitó; por ejemplo,  ahora el ingreso mínimo  aumentaba 3,1% en vez de 5,5% anual.

 

Estas tres diferentes velocidades dan  cruciales lecciones para recuperar velocidad en el futuro.

 

Para concluir,  se presenta un gráfico que muestra la evolución  del PIB por habitante en los 16 años de dictadura y se contrasta con los primeros 16 años de retorno a la democracia. Como la dictadura tuvo dos mitades bien diferenciadas: en la primera se impusieron las principales reformas neo-liberales  y en la segunda mitad las reformas se moderan o algunas se corrigen; presentamos, también,  un corte  en los años de democracia en 1997. Con todo, el contraste es notable. Por ejemplo, el crecimiento por habitante promedió 1,3% en la dictadura y en  este lapso de 16 años de democracia  creció 4,1%. Es evidente que las mejoras sociales en democracia y los retrocesos en dictadura  están asociados en parte al diverso ritmo de crecimiento. Este  es esencial para la inclusión, y crecimiento e inclusión se auto-refuerzan. El neoliberalismo es mediocre en  ambos componentes del desarrollo económico.

 

* Detalles de cifras e interpretaciones en Reformas económicas en Chile, 1973-2017, Taurus, 2018.