16 de Junio de 2008

La niña bonita de la región

Raphael Bergoeing Director Escuela de Pregrado Economía y Negocios Facultad de Economía y Negocios Universidad de Chile

El pasado lunes 2 de junio, Luis Carranza, Ministro de Economía y Finanzas del Perú, expuso en CEPAL. Los comentaristas no ahorraron elogios. Por ejemplo, Nicolás Eyzaguirre, conocido por su pública sinceridad, reconoció sentir una “sana envidia” por las actuales cifras peruanas. Hoy, Perú lidera la lista de popularidad. Y es que tal ha sido el desprestigio crónico de la política económica peruana, y de la latinoamericana en general, que tres años con crecimiento en torno a 7% y un ministro de finanzas bien educado – fuimos compañeros mientras realizábamos el doctorado en economía en Estados Unidos – son suficientes para enterrar a Zavalita. La pregunta del desafortunado periodista en Conversación en La Catedral (1969) es historia: ¡Qué importa cuándo se jodió el Perú si ya no lo está! ¿No lo está? Ojalá que no, por ellos y por nosotros. Es más fácil avanzar en un buen barrio. Pero más allá de esta moda invernal, lo que ocurre con el Perú es una señal más de preocupación para nuestra alicaída economía. La presentación de Carranza, que está disponible en la página web de la CEPAL, no contiene ideas nuevas, sí esenciales. Porque dice lo que debe decir. En lo coyuntural, refleja preocupación por la inflación y optimismo con respecto a lo que será el crecimiento peruano durante el próximo lustro. Se reconoce eso sí la elevada incertidumbre, en palabras del ministro, por los vaivenes de la economía mundial; en las mías, también por la propia experiencia económica de nuestros vecinos: tres buenos años y un lustro de esperanzas no bastan para borrar tantas décadas erradas. Pero más interesante es la parte final de la presentación: el listado de reformas necesarias. Parece que se tratara de Chile. Las reformas propuestas coinciden, sin excepción, con las que nosotros ya implementamos o con las que, aunque exigidas desde la tecnocracia, hemos optado por omitir. Son, en definitiva, un tributo a nuestros éxitos y fracasos: inversión en infraestructura y profundización del mercado de capitales; flexibilidad laboral, evaluación de los profesores y modernización del Estado. Veremos si las autoridades económicas peruanas logran convencer a su clase política para repetir lo que nosotros ya hicimos y continuar más allá, alcanzando lo que no hemos querido. Repito: ojalá sea así. Un tema final, a propósito de la experiencia peruana reciente, es importante para Chile: la evaluación en el extranjero de nuestra economía ha empeorado. Ya no son sólo las editoriales de diarios y revistas neoliberales las que desnudan nuestras falencias; ahora también lo hacen los inversionistas extranjeros, porque durante estas últimas semanas, Chile perdió el liderazgo en materia de riesgo país. Dejamos de ser la economía menos riesgosa de la región; tampoco somos la segunda ni la tercera, pues ese privilegio hoy recae en Perú, Colombia y México, respectivamente. Esta semana, por ejemplo, el índice EMBI Global de JP Morgan Chase (que indica los puntos base de retorno adicional exigidos por riesgo de no pago a un bono local con respecto a uno del gobierno de Estados Unidos) fue 150, 156 y 158 para estos países; el nuestro fue 159. Por cierto que estas diferencias son menores, pero demuestran que ya no nos distinguen del resto y sugieren una tendencia al alza en nuestras tasas que puede sernos potencialmente muy costosa. Es precisamente por el aumento en las tasas de interés, que típicamente acompaña a las crisis económicas internacionales en los países no desarrollados, que un estancamiento de magnitud usual puede acabar transformándose en una gran depresión. El mayor riesgo de las economías en desarrollo espanta a los inversionistas, quienes al buscar lugares más seguros, se llevan sus capitales y provocan aumentos sustanciales en el costo del dinero, exacerbando la caída inicial del consumo e inversión y sumiendo a la economía que abandonan en una crisis profunda. Exagero, por cierto, porque si algo tiene Chile hoy a su favor, es un ahorro consolidado descomunal – estimado para diciembre próximo en 30 billones de dólares en el sector público – que nos asegura, incluso en exceso, contra estos episodios. De hecho, esta es la dimensión positiva de la falta de audacia gubernamental para invertir los excedentes del cobre en reformas que mejoren sustancial y sostenidamente nuestro crecimiento. Más incomprensible aún es entonces que, con tal abundancia presupuestaria, hayamos abandonado el podio en este ranking. Así, aunque irrelevantes en magnitud, estas diferencias de tasas deben preocuparnos, pues reflejan un mensaje que se repite: nuestra economía ya no es la niña bonita de la región.

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