13 de Enero, 2020

Reconstruyendo nuestro capital social

El estallido social que estamos viviendo es el producto de una gran pérdida de capital social, entendida como la confianza recíproca entre conciudadanos. Sino logramos superar la desconfianza, no podremos aspirar a una sociedad mejor.
 
Aquí me centro en algunas medidas que nos ayuden a superar la desconfianza. Las propuestas concretas que abordo responden a algunos de los malestares que se han hecho sentir en estos días. Empecemos por las pensiones. La primera propuesta es asegurar que nadie tenga una pensión que sea inferior al salario mínimo multiplicado por una tasa de reemplazo considerada adecuada en los países de la OCDE: 70 u 80 por ciento. Ello independientemente del pilar en el que se encuentre el beneficiario.
 
Una segunda engarza el tema de las pensiones con la conflictividad laboral. Es indispensable mejorar sustancialmente el seguro de cesantía y acompañarlo de una indemnización a todo evento, a cambio de las indemnizaciones por años de servicio. El seguro de cesantía podría utilizarse para suplementar ingresos de aquellos grupos de trabajadores que compartieran el desempleo bajándose la jornada, y también para cubrir las contribuciones a las jubilaciones de los que deban trabajar menos o que no puedan hacerlo por enfermedad.
 
Es importante ir reduciendo la enorme conflictividad laboral de nuestro país. Debemos movernos en la dirección de los países nórdicos, en los cuales los trabajadores, empresarios y el Gobierno están en permanente diálogo para entregar servicios públicos (salud, educación, pensiones, seguros de cesantía, capacitación), a cambio de una actitud cooperativa entre todos los actores. Ayudaría que las empresas se allanaran a compartir con sus empleados una fracción de sus utilidades (digamos, un cuarto), como lo hacen las grandes empresas japonesas. El Estado podría contribuir haciendo que un porcentaje de dicha cuota se pueda cargar contra costos en las contabilidades de las empresas. En Japón las grandes empresas lo han hecho desde hace mucho tiempo.
 
Aumentos moderados en el salario mínimo pueden redundar en aumentos en la productividad, pero aumentos desproporcionados perjudicarán a los trabajadores con más desempleo. ¿Podríamos llegar a un acuerdo con respecto a un salario mínimo más reducido para los jóvenes que se incorporan a la fuerza de trabajo? Su tasa de desempleo es un múltiplo de la que padecen los mayores. Esta discusión nos lleva a enfocarnos en el hecho que, en Chile, medio millón de jóvenes son NiNis (ni estudian ni trabajan). Estos jóvenes son caldo de cultivo para la violencia anti sistémica. Por otro lado, suelen nutrirse de los niños “graduados” del SENAME, otra vergüenza que pesa sobre la conciencia de los chilenos.
 
También se han hecho patentes las falencias de los servicios de salud que se les prestan a los ciudadanos menos favorecidos. El GES (Garantías Explícitas de Salud) debiese dar paso a un seguro mínimo de salud entregado por el Estado a todos los chilenos y subsidiado para los que no tienen recursos para cubrir sus primas.
 
El mejoramiento de la calidad de la educación para los menos afortunados debería ser una prioridad y no sólo cambiarles el nombre de los sostenedores a las escuelas. Otra vergüenza para nuestra clase política es la destrucción del Instituto Nacional, el que debemos rescatar y fundar otros de calidad equivalente.
 
Estas reformas, que serían parte de un nuevo pacto social, deberán introducirse sin descuidar el equilibrio fiscal, lo que implica gradualidad. Y, desde luego, vamos a requerir una mayor carga tributaria. La mejor manera de aumentarla es a través de un aumento de los impuestos a la renta de las personas, en particular aquellas de más altos ingresos. 
 
Manuel Agosin
Prof. Emérito U. de Chile
Ex Decano FEN