09 de Enero de 2009

¿Tiene algún beneficio la crisis?

Manuel R. Agosin Departamento de Economía, Universidad de Chile 5 de enero de 2009

Al comenzar 2009, las noticias que leemos a diario en la prensa financiera y a veces en los titulares son bastante alarmantes: la economía mundial se encuentra en recesión; el fantasma de la deflación ronda no sólo a las economías desarrolladas sino también a varias emergentes; los polos de crecimiento hasta hace sólo algunos meses (China, India y otros países de Asia) están acusando caídas alarmantes en su producción industrial; los bancos rehúsan prestar o demandan tasas estrambóticas; los capitales abandonan a las economías emergentes, hasta las más sólidas; los precios de las materias primas se han desplomado… En fin, no parece haber ningún elemento en el panorama mundial o latinoamericano que sea esperanzador. Quizás el único, para los países importadores de energía o de alimentos, sea el desplome de los precios de estos commodities, pero aún para ellos, este alivio no logrará compensar el aumento en el desempleo. Quizás el mayor beneficio de la crisis sea que nos está ayudando a volver a la realidad. La crisis nos está enseñando, una vez más, algunas grandes lecciones que habíamos olvidado. Ellas son cinco. Primero, los mercados financieros no se autorregulan. Los problemas de riesgo moral que están siempre involucrados en las transacciones financieras requieren que, para que dichos mercados funcionen bien, exista un marco regulador fuerte y flexible. Los mercados financieros se caracterizan por una dinámica innovadora muy potente. Esto requiere que el regulador no se quede a la saga. Lo que hemos presenciado con la crisis financiera es una gigantesca falla en la regulación de los bancos de inversión y de los bancos comerciales que actuaban como bancos de inversión. Esto lo ha reconocido el mismísimo Alan Greenspan, quién rehusó aplicar regulaciones a la securitazación de activos hipotecarios, bajo el supuesto que los mercados para estos activos podían autorregularse. Vamos a ver un esfuerzo por regular esos segmentos del mercado financiero y las transacciones de derivados y seguros que han emergido alrededor de ellos. América Latina también debiera volver a examinar el tema regulatorio, con miras a fortalecer lo que ya existe. Segundo, cuando las papas queman, las autoridades deben responder con rapidez y flexibilidad. El Presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, simplemente botó a la basura el libreto, que él mismo había contribuido a escribir. Dejó de preocuparse por la inflación y comenzó una seguidilla de acciones no convencionales que incluyeron abrir la ventanilla de descuento a entidades no reguladas por la Fed, tales como los bancos de inversión, prestarle directamente a AIG (la mayor compañía de seguros del mundo) para evitar su quiebra, intervenir en los mercados crediticios de corto plazo, comprar activos respaldados por hipotecas y deudas de tarjetas de crédito, bajar las tasas de interés a cero, anunciar que estaba dispuesto a comprar bonos del Tesoro o cualquier otro activo de largo plazo para entregar liquidez al mercado. En otras palabras, el pragmatismo y la audacia han triunfado sobre la rigidez del dogma de moda. Hoy, lo más importante es devolverle la liquidez a los mercados de crédito congelados por la iliquidez o insolvencia de la banca. En América Latina, varios bancos centrales aún están combatiendo la inflación con altas tasas de interés, cuando debían estar preocupándose de la recesión y el desempleo. Tercero, frente a una severa recesión, es el estado el que debe entrar a suplir la caída en la demanda privada, sin importarle el déficit fiscal. A pesar de el ya enorme déficit fiscal estadounidense, el Presidente electo de Estados Unidos, Barack Obama, está desarrollando un plan de inversión pública de unos US$ 700 mil millones. En países emergentes, que no pueden financiar el gasto público con la venta de bonos o con emisión, para poder hacer frente a los períodos de vacas flacas sin tener que contraer el gasto fiscal (de hecho, pudiendo aumentarlo), es bueno que el estado haya ahorrado en los períodos de vacas gordas. Muy pocos lo han hecho. Cuarto, los países emergentes que recibieron fuertes entradas de capital durante la bonanza de años recientes (léase India o Brasil) están empezando a pagar la cuenta, en la forma de fugas de capital que han hecho caer a las bolsas y tambalear a sus monedas. La recesión será más intensa en aquellos países que tuvieron los más amplios déficit de cuenta corriente financiados con entradas de corto plazo. Los países que están mejor posicionados son aquellos que experimentaron entradas más modestas o pudieron mantener una posición más cómoda de cuenta corriente. La lección: para los países emergentes, es indispensable volver a examinar el dogma de la plana liberalización de la cuenta financiera de la balanza de pagos. Quinto, el daño colateral de la crisis ha sido enorme. Muchos países emergentes bien manejados en lo macroeconómico están pasando por momentos difíciles, producto del contagio que proviene del mundo financiero internacional. Todas las primas de riesgo soberano han aumentado enormemente y se está haciendo muy difícil encontrar financiamiento externo. Para minimizar el daño, el Fondo Monetario Internacional debe ser reformado para que pueda cumplir con su función de proveer liquidez internacional a aquellos países afectados por contagio financiero. Ello implica aumentar sus recursos, terminar con el veto que tiene Estados Unidos sobre sus decisiones principales y aumentar el peso en las decisiones del Fondo de los usuarios de sus recursos. Si logramos aprender estas lecciones, algunas nuevas y otras viejas y desaprendidas, la crisis no habrá sido en vano.

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