20 de Agosto, 2019

Cuarta Revolución Industrial: más que amenaza un desafío*

Los avances tecnológicos han alcanzado un ritmo inimaginable. Desde la irrupción de los computadores e internet a la inteligencia artificial, el internet de las cosas y la robótica. La preocupación por un “desempleo tecnológico” que ya estaba presente en la época del economista Keynes, ha aumentado y pasó de ser un tema académico a ser una preocupación de los trabajadores, tal como se aprecia en las últimas movilizaciones de los trabajadores de Walmart.

 

Estudios realizados en la Universidad de Chile concluyen que en EE.UU. el crecimiento del empleo en ocupaciones susceptibles de ser automatizadas ha sido un tercio más lento que en el resto de las ocupaciones en los últimos 15 años. Sabemos que en los países emergentes la tecnología llega con rezago de una o más décadas, lo que permitiría prepararnos mejor, pero el efecto de esta adopción más rápida en los países desarrollados comienza a afectar el comercio mundial, en particular las exportaciones desde los países emergentes a los industrializados.

 

La mayor preocupación es que este progreso tecnológico se da en un contexto de bajo crecimiento de la productividad a nivel global. Si bien en el pasado la automatización redujo la necesidad de trabajo humano, al mismo tiempo aumentó la productividad lo que generó mayor demanda laboral en nuevos sectores. En la era digital, el efecto positivo ha sido menor y se han desacelerado la demanda laboral y los salarios.

 

Las hipótesis para explicar el fenómeno son diversas. El economista Robert Gordon sostiene que detrás de la menor productividad estaría la menor capacidad de los cambios tecnológicos de generar transformaciones productivas. Por ejemplo, la electricidad permitió la creación de la lavadora, que liberó capital humano que se pudo emplear en otros sectores, sin embargo, la revolución digital tendría una menor capacidad de producir innovaciones asociadas relevantes.

 

En esa línea, Daron Acemoglu y Pascual Restrepo plantean que los avances tecnológicos han disminuido los costos de producción, pero la capacidad de crear nuevas tareas para los trabajadores no ha crecido a la misma velocidad. Sugieren “no promover el tipo equivocado de Inteligencia Artificial (IA)”, sino usarla para reestructurar tareas o crear nuevas actividades que puedan volver a generar trabajo, con beneficios sociales, en vez de “apostar por la automatización que no es especialmente productiva”. Una mejora tecnológica marginal que sustituye una tarea humana, mejora poco la productividad de la economía, pero puede impactar negativamente en el empleo, pues ajustes, como los movimientos de empleados de una ocupación a otra, no son instantáneos.

 

Hay cuellos de botella que impiden apropiarse de las ganancias de los avances tecnológicos, como la falta de preparación para adoptar nuevas tecnologías y el hecho de que no todos los factores de producción crecen al mismo ritmo. Escribimos esta columna en un computador mil veces más rápido que los de hace unos años, pero a una velocidad limitada por nuestra capacidad de tipear y pensar más rápidamente. Asimismo, la fuerza de trabajo no está preparada para las nuevas tecnologías, porque el sistema educacional probablemente tampoco lo está. Desconocemos qué habilidades se necesitarán en el futuro.

 

También enfrentamos problemas políticos. Los cambios no son fáciles y siempre habrá grupos de interés perdedores que, naturalmente, se opondrán a los cambios.

 

Desde la política pública, el desafío es destrabar los cuellos de botella, para difundir los avances hacia toda la economía, sin dejar personas rezagadas ni desprotegidas. Aunque la incertidumbre del futuro infunde temor, los avances tecnológicos son imparables y la cuarta revolución industrial tiene un tremendo potencial para generar oportunidades reales de mejora y ganancias para todos los sectores. Por eso, debemos abordar este desafío cuanto antes y pensar en los caminos de desarrollo que favorezcan a todos.

 

Alejandro Micco, Académico Depto. Economía.

Francisca Pérez, Investigadora Posdoctoral FEN.

 

*Publicado en Diario El Mercurio 05/07/2019